Se puede decir que aquellos que hacen alarde de su fe y de su clericalismo son los que menos aman a sus prójimos”
(Camilo Torres, Sacerdote)
El cristianismo en esta nueva era, debe obligatoriamente sufrir un giro total, es decir, pasar de un cristianismo de pila, de nombre, e incluso de tomar el cristianismo como libertinaje, a un cristianismo convencido de lo que se profesa, y lo más importante de un mayor amor al prójimo. Bien lo dijera el Sacerdote Camilo Torres en alguna entrevista que se le hizo: “La identificación como cristiano se hace en relación con la práctica del amor”
El que se hace llamar cristiano, está llamado a su identificación con Cristo, entendiendo que a él lo encuentra en el marginado, en el preso, en el que sufre, en el triste, en el abatido, en el que está alegre, en el campesino, en el ejecutivo, en el joven, en el niño, en el anciano, en las madres… en el PRÓJIMO.
Pero… ¿Qué entendemos nosotros por prójimo? Esta definición debe ir más allá de decir que es quien me rodea o con quien me relaciono; ¿Hay más? Claro que sí, y el cristiano debe aceptar esta definición como norma de vida: El prójimo es el que está cerca del corazón, el que está cerca de mí en las necesidades. Ser prójimo del otro, es la actitud de amor, de solidaridad, de fraternidad, de amistad. Centrémonos de forma particular en la relación que existe entre el prójimo y el amor. Esta relación nace a la luz de las Escrituras: “amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas con toda la mente y con todo el ser, y al prójimo como a ti mismo”. ¿Cómo vive entonces el cristiano, su relación con Dios y los hermanos?
En el año 1965, el mundo ha sido testigo de la gran celebración del Concilio Vaticano II; particularmente en Colombia, tres años después en Medellín, se celebra la II asamblea General del CELAM. Estos dos acontecimientos dan origen a una nueva corriente teológica en el seno de la Iglesia Latinoamericana: La Teología de la Liberación. Esta buscaba, una respuesta a la vida del cristiano en Latinoamérica liberándose de las injusticias que la misma sociedad se teje.
El amor a Dios y al prójimo es una de las bases de la teología de la liberación. El sacerdote Camilo Torres, un seguidor de esta corriente afirmaba: “fui elegido por Cristo para ser sacerdote eternamente, motivado por el deseo de entregarme de tiempo completo al amor de mis semejantes”. La teología de la liberación afirma que Cristo Jesús no es de unos cuantos, sino de todos, ya que su amor repercuta en todos. El amor no se debe reducir a mi familia a mi grupo de amigos a mi entorno social… ¡no! Éste debe llegar al pobre que clama por la justicia, al cautivo que anhela la libertad, a la analfabeta, al indigente, al marginado en fin a todos los que sufren el oprobio de una sociedad, gobernada por los que tienen.
La sangre de Dios aun se derrama en quienes son rechazados en el actual consorcio. En ello radica el auténtico cristiano que no espera a que el prójimo caiga en su camino, sino que se sitúa en su entorno problemático y se convierte en motivo de ayuda y superación. El hecho de la esclavitud, del la desigualdad, de la injusticia, de la violencia, de las muertes injustas nos deben mover a los que nos consideramos “cristianos auténticos” que saben encontrar en el sufriente, el rostro de Cristo que nos invita a dar más y más amor que nos lleve a romper las ataduras de la sociedad de los pocos y construir un mundo donde la igualdad, el amor y el respeto por el otro, sean las pautas de seguimiento.
El cambio es necesario y la transformación de la sociedad está en manos del que siente la autenticidad de llamarse “cristiano”
“Creemos en una tierra nueva, donde el amor sea la ley fundamental, eso sólo se consigue rompiendo los viejos moldes basados en el egoísmo”
(Línea fundamental de la teología de la liberación)
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